lunes, 9 de enero de 2012

Mis lecturas.- Roland Barthes.- Mitologías




Mis lecturas
ROLAND BARTHES.- Mitologías

¿Es posible que un libro de ensayos escrito en 1956, esté vigente aún en el 2012? Transcurridos 56 años, los habitantes del planeta Tierra hemos cambiado, pero ¿Han cambiado las mitologías? Yo pienso que las mitologías siguen ahí y seguirán durante muchos años. Por ello, leí con placer las Mitologías de Yeats y que he comentado en estas páginas.
Leo ahora las páginas de Roland Barthes de sus MITOLOGÍAS, y les debo decir que son placenteras, me han hecho reír, sonreír, reflexionar, y desear comentarlas a ustedes.
La diferencia en el tiempo, se percibe en la cercanía de la guerra II que de alguna forma Roland Barthes menciona en algunas de sus referencias, casi como un comentario al margen. Yo he leído y gozado este libro, preguntándome en cada uno de sus artículos, ¿Continúa este mito en el postmodernismo? ¿Cómo ha cambiado? ¿Está aún vigente?
Roland Barthes comenta en su introducción:
“Estos textos fueron escritos mensualmente durante dos años, de 1954 a 1956, al calor de la actualidad. Yo intentaba entonces reflexionar regularmente sobre algunos mitos de la vida cotidiana francesa. El material de esa reflexión podía ser muy variado (Un artículo de prensa, una fotografía de semanario, un film, un espectáculo, una exposición) y el tema absolutamente arbitrario: se trataba indudablemente de mi propia actualidad”
¡Cuanta falta haría en el presente, alguien con la claridad intelectual de Roland Barthes, reflexionando sobre los mitos contemporáneos cada 30 días!

Copio este texto del libro de Roland Barthes, del libro MITOLOGÏAS, como saludo de año nuevo al querido Bucherfreund:



EL VINO Y LA LECHE
La nación francesa siente al vino como algo propio, del mismo modo que sus trescientas sesenta especies de quesos y su cultura. Es una bebida tótem, que corresponde a la leche de la vaca holandesa o al té absorbido ceremoniosamente por la familia real inglesa. Bachelard ya expuso el psicoanálisis sustancial de este líquido al final de su ensayo sobre las ensoñaciones de la voluntad, mostrando que el vino es el jugo de sol y tierra, que su estado no es lo húmedo, sino lo seco y que, en este sentido , su sustancia mítica contraria es el agua.
Como todo tótem vivaz, el vino soporta una mitología variada que no se perturba con contradicciones. Por ejemplo, esta sustancia galvánica siempre es considerada como el más eficaz de los elementos para apagar la sed o al menos la sed sirve de primera coartada para consumirlo ( “hay sed”). Bajo su forma roja tiene como hipóstasis muy antigua a la sangre, al líquido denso y vital. De hecho, su forma humoral no interesa mucho; es ante todo una sustancia de conversión, capaz de cambiar las situaciones y los estados, y de extraer de los objetos su contrario, de hacer, por ejemplo, de un débil un fuerte, de un silencioso un parlanchín; de allí proviene su vieja herencia alquímica, su poder filosófico de trasmutar o de crear ex nihilo.
Como es por esencia una función, cuyos términos pueden cambiar, el vino detenta poderes aparentemente plásticos: puede servir de coartada tanto al ensueño como a la realidad, depende de los usuarios del mito. Para el trabajador será capacitación, facilidad demiúrgica de la tarea (“alma en el trabajo”). Para el intelectual tendrá la función inversa: el “beaujolais” del escritor se encargará de segregarlo del mundo demasiado natural de los cocteles y de las bebidas costosas ( las únicas que el snobismo le permite ofrecerle); el vino lo librará de los mitos, lo sustraerá a su intelectualidad, lo igualará al proletario; a través del vino, el intelectual se aproxima a una virilidad natural y por ese camino imagina escapar de la maldición que un siglo y medio de romanticismo continúa haciendo pesar sobre la cerebralidad pura .
Pero la particularidad de Francia consiste en que aquí, el poder de conversión del vino jamás se considera abiertamente como un fin: otros países beben para emborracharse y todos lo dicen; en Francia la ebriedad es consecuencia, pero nunca finalidad; se siente a la bebida como la ostentación de un placer y no como la causa necesaria de un efecto buscado: el vino no sólo es filtro, también es acto duradero de beber; el gesto tiene aquí un valor decorativo y el poder del vino jamás está separado de sus modos de existencia (contrariamente al whisky por ejemplo, que se bebe porque su borrachera es “más agradable, de secuelas menos penosas”, que se apura, se repite, y beberlo se reduce a un acto-causa)



Todo esto es conocido; se dice mil veces en el folklore, en los proverbios, las conversaciones y la literatura. Pero esta misma universalidad supone conformismo: creer en el vino es un acto de compulsión colectiva: el francés que tomara distancia del mito se expondría a problemas no graves pero sí precisos de integración; el primero de ellos consistiría, justamente, en tener que dar explicaciones. En esto el principio de universalidad se muestra en plenitud, en el sentido de que la sociedad designa como enfermo, defectuoso o vicioso a cualquiera que no crea en el vino: no lo comprende ( en los dos sentidos espacial e intelectual del término). Por contraparte, el que realiza la práctica del vino obtiene un diploma de buena integración: saber beber es una técnica nacional que sirve para calificar al francés, para probar simultáneamente su poder de actuación, su control y su sociabilidad. De esta manera el vino funda una moral colectiva en cuyo interior todo se rescata: los excesos, las desdichas, los crímenes son sin duda posibles con el vino, pero de ningún modo la maldad, la perfidia o la fealdad; el mal que puede engendrar entra en el del la fatalidad y escapa por lo tanto al castigo; constituye un mal de teatro, no un mal de temperamento.
El vino está socializado porque no sólo funda una moral, sino también un decorado; adorna los pequeños ceremoniales de la vida cotidiana francesa, desde el bocado (el tinto espeso y el camembert) hasta el festín, desde la conversación de café hasta el discurso de banquete. Exalta cualquier tipo de clima: con el frío, se asocia a todos los mitos del calentamiento; y con la canícula, a todas las imágenes de la sombra, de lo fresco y de lo excitante. No existe situación de dificultad física ( temperatura, hambre, aburrimiento, servidumbre, extrañamiento) que no haga soñar con el vino…


GRETA GARBO
Roland Barthes analiza su mitología en el libro que menciono: MITOLOGÍAS.

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