miércoles, 8 de mayo de 2013

Camilo José Cela.- Mrs. Caldwell habla con su hijo




LITERATURA Y VIDA
5 de mayo  del 2013
Mis lecturas
Camilo José Cela.- Mrs. Caldwell habla con su hijo
Por Abel Hurtado
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¿De qué puede hablar una madre a su hijo, después que ha muerto éste? Yo me imagino que en la ausencia del ser amado, sólo hay un inmenso dolor, el silencio, el hablar con las amigas, y pensar en los bellos momentos antes de su muerte.
            Camilo José Cela no hace esto. En su sexta novela,  lleva a Mrs. Caldwell a conversar  con su hijo a través de diálogos  sobre todo lo existente. La sensibilidad de Cela, su profundidad observadora, le permite escribir páginas inolvidables, sencillas, de una madre del nivel cultural de Mrs Caldwell,  profundamente humanas. El incesto asoma, pero naturalmente, sin problemas ni trastornos mayores. En cambio, la curiosidad, el diálogo sincero y honesto, poco común en la vida real, la filosofía, la actitud ante la vida, aflora permanentemente en sus páginas.
            Este libro es un descubrimiento para el que lo lee, porque sin ser una novela epistolar, ni un diario, es una creación literaria de envergadura donde la aparente sencillez habla de un trabajo cuidadoso del escritor.
            Les comparto

LOS LÁPICES DE COLORES

            Con todos los colores del arco iris, hijo mío, se fueron alumbrando todos los lápices de colores del mundo y aún sobraron colores.
            Con los colores más fáciles de inventar, Eliacim, con los colores puros y de nombre conocido, se alumbraron los lápices que habían de ser usados por los niños más pequeños, los lápices casi comestibles que llegarían a convertirse, a fuerza de pasar y repasar sobre el papel, en alas de pato y en heridores ojos de ciervo.
            En el fondo del cielo, Eliacim, allí donde todas las cosas son más bien de un vago y desvaído tono azul, aún se ven las ruinas de la primera fábrica de lápices de colores que hubo, una fábrica pequeña donde todavía trabajan, entre las piedras que se han ido al suelo, unos hombres viejos y barbudos vestidos como los artesanos alemanes de la Edad Media.
            (La caja de lápices de colores que te regalé el día de tu cumpleaños, Eliacim, como era una caja de lápices de colores que jamás se iba a usar, tenía, en vez de lápices de colores, nacaradas conchas marinas, un colibrí disecado y dos o tres ramitos de violetas. Lloré mucho cuando te puse la caja de lápices de colores sobre la almohada, Eliacim, hijo)

        
      
  
            Les comparto dos textos de Camilo José Cela:

UNA EXCURSIÓN CUALQUIERA
           
            Cuando ibas a una excursión, hijo mío, a una excursión cualquiera, y te sentías explorador del Himalaya o firme puntal de la más sacrificada ciencia, yo, Eliacim, me echaba a temblar sólo pensando en tu vuelta, que solía ser una verdadera catástrofe.
            De tus excursiones, hijo mío, aunque la excursión fuese una excursión cualquiera y sin la menor importancia, volvías rendido y de mal humor, con las facciones desencajadas, el cabello y el pulso en desorden, los ojos con el brillo de la fiebre y la ropa deshecha.
            Pero yo no te decía nunca nada, Eliacim; yo siempre fui muy respetuosa con la derrota.

EL RELOJ QUE GOBIERNA LA CIUDAD

            El reloj que gobierna la ciudad, hijo mío, se ha parado, quizá de viejo, pero la ciudad ha seguido su marcha con un imperceptible e incluso desgobierno.
            El reloj que gobierna la ciudad desde su alta torre, hijo mío, se ha negado a pasar de las siete treinta, la hora que aguardan los enamorados para cubrirse la cara con un antifaz y llevarse una mano de fría cera al corazón.
            El reloj que gobierna la ciudad desde la alta torre que domina el caserío, Eliacim, se ha muerto como se mueren los pájaros, los barcos de vela, las novias clandestinas, los lobos solitarios, los ermitaños de Onán, las lunas de los espejos, con una infinita discreción.
            (Sobre el embalsamado cadáver de nuestro reloj, Eliacim, del reloj que ya no gobierna la ciudad, se niegan a volar los desaprensivos gorriones, las venturosas brujas de la ciudad. Quizá sea un triste presagio, hijo mío, un presagio aún más triste que la realidad, la silenciosa muerte de nuestro reloj)

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